domingo, 25 de abril de 2010

El hijo del fuego. Parte I


Nogú, dios africano, dueño de los vientos, dijo a su homólogo Nagaró, dios del fuego:
- ¡Éste, es un lugar muy bello…!
- ¡Es Pacífico!, respondió el segundo, y sin pausa acentuó:
- ! Aquí están nuestros hijos…! Ambos sonrieron. El escenario era el Cauca, en el suroccidente colombiano; la población, Guapi; el tiempo, un viernes de mayo, de los años sesentas.

Aquel fin de semana, hubo apuestas. La pesca, la minería, la agricultura, el magisterio y demás actividades sociales, se desarrollaban normalmente. Un canoero, que después se supo, no era del lugar, cargaba combustible cerca de la galería.

Doña Aura Helena Sevillano, espera bebé; nada fuera de lo común tendría lo anterior, si no fuese porque hoy, ha sido un día inusual para ella. Desde tempranas horas se encuentra inquieta; está pendiente de su almacén, se mueve nerviosa, siente bochorno y quisiera decir algo que aún no alcanza a descifrar, en su maternal corazón.

De pronto…la gritería venía de fuera… ¡Se quema, se quema, se quema Guapi, se quema…! ¡La candela, la candela viene…! Decían las voces estremecedoras.

Un incendio se desataba tan rápido como el propio murmullo callejero y ambos, traían asomos de temeridad. Las tres carreras del pueblo, fueron copadas por las llamas y el espanto cundió en todos los habitantes. El canoero y su embarcación fueron presas del fuego.

El viento que invadía la región, parecía congraciarse ante tal conflagración, pues en su recorrido, favorecía el crecimiento y la propagación, en tanto las viviendas empezaban a ceder ante la voracidad devastadora. Los niños y los ancianos, eran evacuados prontamente. La solidaridad de los guapireños, fue la nota decisiva desde los momentos iniciales del percance.

La señora Aura Helena –rosario en mano- imploraba al cielo salvación. En su propio cuerpo, otro incendio tenía lugar. La vida intrauterina, llegaba a sus máximas escalas. El vientre de ébano, ardía dando paso a las contracciones iniciales. La primera fase del parto, comenzaba su acalorada carrera combinando en tonos mayores y menores, la angustia que suele apoderarse de una mujer, al carecer de la ayuda, que calme sicológica y fisiológicamente y que traiga consiguientemente la confianza necesaria en ésta, la más bella de las posibilidades humanas: dar a luz.

El pueblo de Guapi, ardía abrazadoramente. De los almacenes, nada o muy poco logró evacuarse dada la rapidez con que se sucedían los hechos. Todo el cuerpo de mamá Helena era como un volcán dispuesto a hacer erupción. Los dioses africanos, sonreían al captar meticulosamente como el sonido fetal, iba en ascenso y de igual forma, el grado de dilatación y retracción del cérvix materno.

Las casas van ardiendo y con ellas los enseres de sus dueños. Afortunadamente las gentes logran ponerse a salvo. El cerco sin embargo, se estrecha. El fuego se ha posicionado en dos sentidos: la localidad y el vientre materno.

Los gritos de la madre se tornan angustiosos; tras breves minutos, llega hasta unos familiares, quienes divisan una lanchan al otro lado del río. Esteban, el hijo mayor, acompañado de un vecino Estupiñan, logran evacuarla. El proceso continúa hacia su segunda fase, y la embarazada siente que no puede más:
- ¡Casi nace en la lancha…! Diría después el primogénito.

Con dificultades logran llevarla por el paso hacia el hospital. Los médicos, Marín y Bastidas, la atienden de inmediato. Uno de los galenos –comandante de los bomberos del pueblo- quien lo recibe, lo enseña a la madre, al tiempo que exclama:
- ¡Nació un Candelo, un Candelario! ¡Un hijo del fuego! Por eso fue bautizado así: Hugo Candelario González Sevillano.

En la localidad no hubo heridos de consideración, algunos con quemaduras leves: sólo un muerto. No era del lugar pero fue rezado y cantado, y sus cenizas esparcidas como símbolo de protección.

El pequeño Candelario creció junto al almacén de artesanías, propiedad de sus padres. Alegre, inquieto y juguetón, vive su infancia y va identificándose con los instrumentos exhibidos allí. A este lugar, concurren semanalmente los marimberos y tocan con la espontaneidad que les es propia. El chico, escucha embelesado y observa estos personajes; le parecen sabios, magos, hechiceros:
- ¿De dónde sacarán tanto saber? ¿Cómo es que hacen para tocar así de sabroso? ¿De dónde extraerán la música? ¿Cuáles serán los secretos con que acarician las marimbas?, No cesa de preguntarse el chico, miles de inquietudes rondan su cabeza.

El padre, Esteban González, encarga y corta la palma de chonta winul, walte, chontaduro, amarillo y walta (que proporciona un sonido más brillante de acuerdo al timbre) y él, personalmente, construye una marimba con la cual Candelario empieza a practicar. En el colegio una monja, llamada Elizabeth, le induce en el arte, ella lo incorpora al grupo de teatro y a la banda escolar.

Espere la continuación, en una segunda entrega en el blog de Bahía Pacífico
(tomado del libro "Guacharaca en partitura" de Enrique Oramas Vásquez)

2 comentarios:

  1. que lastima que tenga interrupciones la melodia en youtube y aqui.

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  2. Que historia tan bella!. Gracias por compartirla.

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